Anteayer a esta hora estaba
esperando ansiosa a que empezara un programa especial sobre el 23-F. Un
programa diseñado por uno de los profesionales de la televisión que más valoro,
mi querido “follonero”, Jordi Évole.
Estaba tan acostumbrada a que
este tipo se colara en mi casa los domingos para cantarme las verdades que no
fue hasta el último momento cuando descubrí que me habían estado mintiendo
durante… ¿cuánto? ¿Una hora?
El enfado fue monumental. Mi
parte conspiranoica se había sentido traicionada y es que, ¿cómo no creer a
periodistas de la talla de Iñaki Gabilondo, por poner un ejemplo?
El debate posterior al “mockumentary”
me lo perdí. No quería saber nada de Évole en ese momento. Pero mi cabeza daba
vueltas y más vueltas acerca de lo que acabábamos de ver.
¿Qué quería Jordi? Claramente,
que nos autocriticásemos. Que valorásemos hasta qué punto puede llegar la
ingenuidad humana. Nos dejamos convencer fácilmente. No buscamos más allá, nos
creemos lo que nos dicen los medios, aún a sabiendas de que muchos (por no
generalizar) nos engañan. Personalmente, me creí el documental, precisamente,
porque me fiaba de quién me lo estaba contando. No podemos hacer eso. Es
nuestro deber desconfiar.
Pero, además de la manipulación
mediática y gubernamental, hay otro tema. Uno que refleja cuán grave es la
situación política e institucional en España. Alrededor de cinco millones de
personas nos sentamos en nuestras sillas y sofás la noche del domingo para ver
un programa que nos estaba diciendo que la máxima autoridad de nuestro país
había estado de acuerdo en provocar un intento de Golpe de Estado para afianzar
su posición. Y nos lo creímos. Y muchos nos lo queríamos creer. Y algunos nos
lo queremos seguir creyendo. Al fin y al cabo, ese documental era falso, pero es
posible que todavía no nos hayan dicho cual es la verdad.
Más allá de la de la indignación
de quienes pudimos sentirnos estafados , o del enfado de los conspiranoicos,
que piensan que se les ha ridiculizado, el domingo por la noche Jordi Évole lo
único que quiso fue abrirnos los ojos. Algunos no han sabido apreciarlo todavía,
porque lo hizo a la fuerza y eso no gusta. Ya despertarán.